Por Eva Contreras
El suicidio (en latín, suicidium, de sui, sí mismo, y cidium, a su vez de caedĕre, cortar, matar) es el acto por el que una persona, deliberadamente, se provoca la muerte. Por lo general es consecuencia de desesperación, derivada o atribuible a una enfermedad física, enfermedad mental, como la depresión, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, el trastorno límite de la personalidad, el alcoholismo o abuso de sustancias. A menudo influyen en él diversos factores estresantes como dificultades financieras o problemas en las relaciones interpersonales.
A grandes rasgos, se puede decir que el suicidio tiene un origen psico-social, debido a que existe un detonante mental que se va generando en el individuo a través del tiempo y desde un entorno social que lo acompaña para la idea de llevar a cabo un acto de matarse.
Los métodos de suicidio varían por país y están parcialmente relacionados con su disponibilidad. Los más comunes son el ahorcamiento, envenenamiento por plaguicidas o manipulación de armas de fuego. Esta fue la causa de muerte de 842,000 personas en 2013 en el mundo. Los países que registran las más altas tasas de suicidios son los de la Comunidad de Estados Independientes, como Rusia, además de Finlandia, Canadá, Brasil, Estados Unidos, México y Cuba.
Un considerable aumento en comparación con las 712,000 muertes por esta razón en 1990. Por lo anterior, el suicidio es la décima causa de muerte a nivel mundial. Es más común en hombres que en mujeres; los primeros tienen entre tres y cuatro veces más probabilidades de suicidarse que las últimas. Se estima que cada año hay de 10 a 20 millones de intentos de suicidio. Los intentos fallidos pueden acarrear lesiones e incapacidades a largo plazo. Por su parte, los intentos son más comunes en jóvenes y en mujeres. Aunque, como bien se mencionó anteriormente, son los hombres los que logran con mayor éxito concretar el acto como tal.
La visión del suicidio ha sido influenciada por diversos temas como la religión, el honor y el sentido de la vida. Tradicionalmente, las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), lo consideran un pecado, debido a su creencia en la santidad de la vida. Durante la era de los samuráis en Japón, el harakiri era respetado como una manera de resarcir un fracaso o como una forma de protesta. El satí, actualmente una práctica ilegal, implicaba la inmolación de la viuda en la pira funeraria de su marido recién fallecido, ya fuera voluntariamente o por presión de la familia o la sociedad.
Diversas estadísticas ubican el suicidio como la cuarta causa de muerte más frecuente en todo el mundo, con más de 9,000 intentos diarios. Entre las conductas que pueden ser un indicador de un suicidio inminente, aparecen los deseos de muerte (con frases como “mi vida ya no tiene sentido” o “no encuentro un motivo para vivir”), la incapacidad de descargar las angustias, el agotamiento de la vida social, el comportamiento impulsivo y la introversión acentuada.