Por Juan Pérez Medina
En 2019 nació el INFP de morena. Su objetivo general – según los propios estatutos- es el de “informar, compartir, difundir y preservar los valores de amor a la Patria, compromiso con la transformación democrática y la justicia social en nuestro país, responsabilidad y solidaridad con los más necesitados, y voluntad de poner el bien común y la consolidación de nuestra organización en el país por encima de cualquier interés individual, por legítimo que sea”.
A escasos tres años, el Instituto no ha logrado consolidarse y, por el contrario, navega en su peor momento, en una embarcación que hace agua por todas partes. No es que se haya olvidado el objetivo con que fue creado, sino que los que ahora dirigen morena, nunca han leído sus estatutos y poco saben del famoso INFP de morena.
Desde que se instituyó inició sus labores en todo el país formando círculos de estudio, dando talleres, cursos y hasta diplomados. Sus académicos son realmente brillantes y con una vasta experiencia en la educación popular. Pero lo hecho hasta hoy de poco ha servido, pues el INFP no ha podido detener el deterioro ideológico de sus militantes, sobre todo en los que acaban de llegar y hoy vienen asumiendo la conducción del partido.
La prueba más palpable de su incapacidad se ha reflejado en las asambleas para elegir los delegados distritales del 30 de julio. Allí se observó con nitidez la manera en que se los principios contenidos en sus documentos básicos se iban por el grifo y en su lugar se aposentaba la antidemocracia más sórdida y grotesca.
En la votación del 30 los funcionarios de los tres niveles de gobierno emanados de morena y sus representantes populares dieron cuenta de una jornada para la infamia. Allí se regodearon las peores prácticas de la antidemocracia: uso de recursos públicos, de las estructuras del gobierno, de la compra de votos, del acarreo, de la entrega de dádivas, taqueo de urnas, ausencia de rigor en el cuidado y conteo de los votos y hasta la engañifa de sus militantes. Fue una acción en donde la clase política de morena llevó a cabo una catedra magistral de como corromper a la militancia.
¿Dónde está entonces el resultado de “difundir y preservar los valores de amor a la Patria, compromiso con la transformación democrática y la justicia social en nuestro país, responsabilidad y solidaridad con los más necesitados, y voluntad de poner el bien común y la consolidación de nuestra organización en el país por encima de cualquier interés individual” que rezan los estatutos?
Ha sido tan evidente el fracaso que hasta su director Rafael Barajas “el Fisgón” se ha deteriorado en su estructura política al convalidar públicamente y sin empacho las vejaciones a la democracia que el 30 de julio se llevó a cabo.
El INFP ha entrado en un problema existencial terrible. Sin mérito alguno y ante el planteamiento de reconocer su derrota como herramienta para la formación de las conciencias o bajo la amenaza de continuar diciendo una cosa y haciendo lo contrario, ¿quién va a creer que el INFP sirve para el objetivo que ha sido creado? ¿Cómo podrán sus impulsores justificar tantos desmanes en aras del poder y el dinero?
Lo que sintetiza la debacle del INFP y su director es la inexistencia de ideología en sus dirigentes y gobernantes. Su convencimiento acerca de que el INFP está muy bien para decir bien lo que no se comparte. Es el INFP un órgano cosmético del que todos hablan, pero que nadie que busca el poder por el poder toma en serio. Un fracaso, pues.