Por Juan Pérez Medina (CUT)
El saqueo español, principalmente de metales preciosos, pero también de la producción de tabaco y caña de azúcar, por ejemplo, requirió de cientos de miles de trabajadores nativos y negros traídos de África. De acuerdo con el escritor Uruguayo Eduardo Galeano, fue tan descomunal el saqueo de plata en América Latina (principalmente de México y Perú), que se podía construir un puente del Potosí a Sevilla, cruzando el océano Atlántico.
Así que no sólo fue el saqueo, sino la tremenda explotación de los indígenas y esclavos negros en nuestras tierras, lo que llevó a negros e indios a sublevarse contra el extranjero que los explotaba sin misericordia. En 1804 la revolución negra en Haití declara su independencia y la abolición de la esclavitud, siendo la primera nación, después de los Estados Unidos en lograrlo. Habría que decir que hubo una serie de circunstancias externas que favorecieron este hecho, al igual que en el resto de los pueblos latinoamericanos. Como ha sido a través de la historia, son los oprimidos los que han puesto el sacrificio, el dolor y la sangre.
Los gobiernos emanados de la independencia, todos criollos, con la salvedad de los haitianos (y esa ha sido su cruz), no sólo no voltearon hacia los originarios, sino que los ignoraron, cual si no hubieran sido los principales actores de la lucha y los verdaderos dueños de estas tierras. En todo el continente, la idea que permeó fue la de crear nuevas naciones a semejanza de las occidentales. Es decir, se nació como nación voleando hacia Europa y la idea de progreso era la de parecerse lo más posible a esas naciones. Sobre los pueblos latinoamericanos y su basta cultura se instituyeron las nuevas naciones, que nunca miraron hacia el sur, sino, como nuevas burguesías locales, hacia el centro del poder capitalista.
Porque capitalista era la visión de progreso en estos nuevos países dominados por una nueva burguesía criolla que buscaba afanosamente una identidad que los alejará lo más posible de lo que nuestros pueblos eran. Su idea civilizadora contrastaba con la visión de progreso que representaban las grandes urbes depredadoras y ambiciosas de Europa, donde saquear, explotar y asesinar a los pueblos bárbaros, como nos llamaban, era un acto de decencia.
Las poderosas capas de las sociedades latinoamericanas conformaron repúblicas o estados nacionales como copias o imitaciones de los estados capitalistas europeos, malas por cierto. Pues a diferencia de aquellos países, a las nuevas naciones latinoamericanas se les asignó el papel de subordinadas al gran capital ya sea Europeo o Norteamericano.
En sus simientes fue la renta de la tierra y sus mercancías primarias la que los mantuvo, parece que así hasta nuestros días, engrandeciendo a los burgueses terratenientes locales, a los usureros y comerciantes que, bajo una despiadada explotación de la fuerza de trabajo, ya no esclava, pero sí como peonada, siervos en las grandes haciendas y, hacinados como obreros semiesclavos en las pocas factorías y los socavones de las minas de carbón, cobre, plata u oro diseminadas por todo el territorio continental. Extractivistas pues, que basaron su grandeza, no en el vértice del desarrollo del capital, sino en la condición más atrasada de éste que, sin embargo, puso a estos parásitos en los cuernos de la abundancia. Una burguesía henchida de poder y riqueza, pero reconocida en sí misma como una élite al margen de las burguesías europeas y anglosajonas, por su condición de pertenecer a países como los nuestros, para su amargura no superada.
En una abierta intencionalidad para crear su propia identidad, nuestras tierras de que hablamos se vinieron a convertir en latinoamericanas, cuya composición “latina” era bienvenida para los hispanizados criollos, pero rechazada por la otra, la de los criollos aindiados, considerando los primeros, que eran portadores de la tarea civilizatoria propia de las colonias, convertidas ahora en nuevas naciones; cuyas características debían apartarse de los modos de vida de la población natural colonizada, para proceder luego a someterlos y aniquilarlos.
A la independencia le siguió la barbarie porque, aunque ya no eran más colonias de Europa, seguía la misma situación de opresión ahora por las burguesías locales, que se consideraban europeas y a los indios o mestizos, como un mal necesario, pero que había que reducir al mínimo, en el afán de conservar la blanquitud como hegemonía.
Este abandono del mestizaje en la práctica social, como un “apartheid latino” que impone una contradicción clasista en el seno de la nueva sociedad latinoamericana, está la base de la creación y la permanencia de las repúblicas latinoamericanas, cuyo carácter excluyente u “oligárquico”, propio de todo estado capitalista, se encuentra en su máxima expresión. Cabría recordar aquí, que con la irrupción del EZLN en el estado de Chiapas en 1994, nos llegamos a enterar que en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, los indios debían bajar de la banqueta cuando se encontraban con un blanco o “coleto” como se hacía llamar a quienes personificaban a los conquistadores en ese rol perverso de exclusión de los indios y los no – indios. Esto en el ocaso del siglo XX y casi en las postrimerías, podríamos decir con cierta relatividad, de los 200 años de independencia que celebramos de diversas maneras pero, sobre todo, de la forma más enajenizante, promovida desde el poder a través de sus mass media.
Sería bueno obligarnos a preguntarnos ¿qué celebramos después de doscientos años del coloniaje español? El sueño de Bolívar de construir una patria grande, única para nuestros pueblos aún sigue siendo una utopía que no avanza por los intereses de las oligarquías criollas y de las economías de las metrópolis que controlan los mecanismos de saqueo y barbarie y que ven en la dispersión neocolonial el mejor mecanismo de control con el apoyo irrestricto de los burgueses locales, en éstas que son hoy en el siglo XXI las tierras de la desigualdad más grande existente en el planeta.
Los “Sentimientos de la Nación” ese gran documento histórico que presentó el insurgente Don José María Morelos a los constituyentes del Congreso de Anáhuac el 14 de septiembre de 1813 y que esbozó la idea de una nación libre, igualitaria y justa mediante los 23 puntos contenidos, que hablaban de una nación libre, soberana, democrática, republicana, que prescribe la esclavitud, hace a todos iguales ante la ley y declara el combate a la opulencia y la indigencia como elemento que buscaba la justicia social para acabar con la explotación del hombre por el hombre; destacando como algo primordial la idea de Morelos acerca de la fuente del poder, reconociendo que éste dimana del pueblo y se instituye para su provecho; siguen siendo aún, después de doscientos años elementos llenos de vigencia de la plataforma de lucha de nuestros pueblos, los cuales han carecido en todo momento de felicidad.
No es pues un asunto menor, considerar de importancia la celebración de independencia de la América irredenta, que ya no está sometida territorialmente por España, pero sigue colonizada por el capital financiero y sus políticas de muerte, saqueo y destrucción.
Actualmente, la deuda externa de nuestros países, producto del saqueo y la corrupción de las oligarquías criollas y extranjeras, asciende a 1,47 billones de dólares. Casi un 80% más que en 2009, según los datos publicados la semana pasada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). En menos de 13 años la deuda subió más de mil millones de dólares. Una cantidad exorbitante, que nos condena a permanecer anclados en la pobreza y el subdesarrollo.
Al contrario, las oligarquías y los centros financieros internacionales siguen acumulando riqueza, junto con las grandes empresas de última generación dedicadas a la informática, la robótica y la biotecnología, sin dejar atrás a la carrera armamentista, dominada y estimulada por los Estados Unidos.
Es indispensable mantener la consigna, hoy más que nunca, de que es necesario cambiar el sistema capitalista y avanzar hacia uno más humano y de carácter socialista, como única posibilidad para dar certidumbre a la vida planetaria.
la victoria de la lucha contra cualquier forma de discriminación y exclusión, por la democracia plena y la generación de una nueva relación de armonía y sustentabilidad con la naturaleza sólo será posible con la caída del sistema capitalista y la irrupción de una nueva sociedad sustentada en una nueva forma de relacionarse social y con respecto a la naturaleza.
Al arribar a una celebración más de los doscientos años de Nuestra América irredenta, es necesario sostener como una llama encendida lo que nos planeara Simón Bolívar y José María Morelos y, de la mano de los pueblos originarios demandar la construcción de otro mundo posible. La lucha sigue en este amargo neocolonialismo, en donde a más de dos siglos de la independencia de América Latina, lo que hay que celebrar es el ejemplo histórico del valor de los hombres y las mujeres que se determinaron a emanciparse del imperio Europeo.