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19 diciembre, 2024
PRESENCIA DE MICHOACÁN

Escala de grises

 

Palabras mayores

Jorge Orozco Flores.

Si en las situaciones de crisis, como en el terrorismo, las salidas están dentro del mismo conflicto, nada puede garantizar que la toma de posiciones carezca de daños. Más a menudo el perjuicio mayor es atraído por no asumir que cualquier decisión de gobierno tiene consecuencias, lo que no se enfrenta con firmeza para contener la violencia en el nivel de las jefaturas de Estado es el combustible preferido del mal. Una de las reacciones más sencillas para imponer la ilusión de orden dentro del caos continuo que provoca el terrorismo es designar al pacifismo como el elemento triunfador por sobre la violencia. Esto desconcierta a las víctimas y aumenta el caos. En tanto el pacifismo como concepto abstracto está fuera del conflicto, carece de significados para alcanzar la paz. Las grandes ideas del diálogo y la tolerancia son las maneras más dramáticas de perder una guerra. Quienes protagonizan las salidas -no las soluciones, que en el marco del terrorismo no las hay-, son las negociaciones de equipos de alto nivel que no se soportan los unos con los otros, al mismo tiempo que intercambian golpes y castigos. Los jefes de estado en situaciones de conflicto armado son mitad guerreros y mitad negociadores, no necesariamente en forma directa con los oponentes. La mediación pacifista es un fracaso, que paga su precio. El “apaciguamiento” de Chamberlain, antes de Winston Churchill, es el sustento real de lo antes dicho.

A una semana de la Operación Inundación de Al-Aqsa, el sangriento asalto al sur de Israel que Hamás lanzó desde la Franja de Gaza este 7 de octubre de 2023, es el ataque más mortífero desde la Guerra de YomKippur, hace cincuenta años. En las analogías de estos hechos con otros, apresuradamente se ha dicho que es el Pearl Harbor de Medio Oriente, que activó la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, o el “11 de septiembre israelí”, al equipararlo con el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, durante la Presidencia de George Bush.

El factor sorpresa sirvió al terrorismo para conseguir sus objetivos. Al amanecer de ese día, en un festival de música, “Nova”, cerca de un kibutz pegado a Gaza, combatientes de Hamás en camionetas y motocicletas atacaron a una multitud de jóvenes al tiempo que la policía gritaba “¡Color rojo!”, el código para el lanzamiento de cohetes entrantes a territorio israelí. Solo en ese ataque murieron más de doscientas personas. Cuando menos, ciento cincuenta mujeres, hombres y niños fueron capturados e internados en Gaza como rehenes. Se ha informado que entre los rehenes están dos mexicanos.

Si ese factor sorpresa favoreció a los agresores, eso no interesa cuando se oyen los gritos que piden ayuda y socorro, en esos momentos no se comprenden las fallas de la inteligencia israelí, la vulnerabilidad y la falta de previsiones deben suplirse de inmediato. Las fuerzas hostiles penetraron territorio israelí atacando objetivos civiles, matando a mujeres, niños, soldados y personas mayores, de forma radical. Las redes sociales están saturadas de imágenes atroces, es el mal puro, imposible de digerir que seres humanos sean capaces de practicar el terrorismo.

La respuesta israelí fue inmediata con ataques aéreos contra Gaza. El ministro de Defensa de Israel anunció que se cortarían la electricidad, los alimentos y el combustible de la zona, al tiempo que el primer ministro Netanyahu advirtió a los residentes de la zona que deberían evacuar, pero Gaza es conocida en el mundo como una “prisión al aire libre”, luego: ¿Cómo se evacúa?.

El jefe del Estado mexicano, el presidente Andrés Manuel López Obrador, es el único titular de todos los políticos de todos los partidos y de su gabinete que tiene la alta responsabilidad de fijar la posición del país frente al ataque de Hamás contra los asistentes al festival al aire libre al sur de Israel, en contra quienes dispararon, matando a más de doscientas personas, la toma de rehenes y los demás hechos de violencia desencadenados el sábado 7 de octubre.

Si la candidata presidencial del Frente Opositor, Xóchitl Gálvez, acertó o erró con su condena a los terroristas que hicieron disparos sobre las víctimas inocentes a tan solo un metro de distancia, en el plano internacional es irrelevante. Es parte del coro. Si la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, acertó o erró en sus declaraciones en relación con la toma de rehenes, en algunos casos familias enteras, en el concierto de la magnitud del conflicto, es irrelevante. Pese a la gravedad de los hechos, no es un tema dentro de su escala política, es parte del coro. Si hubo un exabrupto en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión durante el minuto de silencio por las víctimas del conflicto, incluidos alrededor de cuatrocientos palestinos muertos en ataques aéreos israelíes contra Gaza, tampoco hay en esa sede legislativa la fuente de condena de peso internacional, son parte del coro. Si en el Senado de la República hubo una condena al terrorismo de Hamás, representado por las descargas de munición real contra los asistentes al festival de música el 7 de octubre, incluidas granadas de mano y fuego de mortero, en el escenario de las proporciones internacionales del conflicto, los alcances de esa condena están limitados al consumo doméstico, son parte del coro. En cambio, en la persona del presidente de la República estaba la responsabilidad de condenar los hechos concretos del 7 de octubre de 2023. No fue así. Cuando el mal no es repelido con oportunidad, las consecuencias son impredecibles.

Una de las diferencias entre un ejército regular y los milicianos es que los primeros buscan ganar la contienda y controlar al enemigo, en tanto que los segundos tienen como objetivo socavar los reflejos de legítima defensa de las víctimas, generalizar el miedo y reducir la distancia psicológica de los lugares de muerte segura y los espacios de protección de la vida. Si el jefe del Estado agredido se contagiara del miedo generalizado, sería la peor calamidad para sus gobernados, quienes durante y después de la crisis no deben experimentar la ausencia de Estado.

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