La propagación en el mundo de la variante ómicron en las últimas semanas de 2021 y lo que va de 2022, hasta convertirse en la cepa predominante del Covid-19, ha generado paradójicamente la expectativa de que la pandemia puede empezar a remitir en los países donde una gran parte de la población ya se contagió e incluso en México. Mientras continúa el debate entre la comunidad científica y las autoridades, lo cierto es que el virus sigue causando serios trastornos que limitan el intento de regresar a la normalidad.
Mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que los riesgos vinculados a la expansión de ómicron se mantienen elevados, la Secretaría de Salud, por medio de Hugo López-Gatell, subtitular para Prevención y Promoción, se sumó al debate al manifestar que es “alentadora” la reducción -según datos preliminares- que se ha registrado en el incremento de las hospitalizaciones. Sin embargo, habrá que insistir en el carácter multidimensional que tiene el impacto de una variante mucho más contagiosa que delta en la evolución de la crisis, por ejemplo en el rubro educativo, donde las autoridades de la Ciudad de México reconocieron que disminuyó la asistencia a clases presenciales,
de 80% a principios de mes a 72%. Ello, sin contar que en diversos centros de salud persiste la escasez de insumos
y los contagios entre el personal.
En resumen, si bien existen señales positivas con base en la generalización y la menor letalidad de ómicron, no puede ignorarse el riesgo que plantea la aparición
de nuevas variantes del virus y lo que representaría su combinación con el explosivo hartazgo social que el confinamiento y las restricciones han significado en diversas naciones. En el caso de México, esta inconformidad es casi inexistente, pero no puede descartarse su crecimiento a medida que se hagan más evidentes los costos que tendrá la pandemia en el desarrollo integral del país.